LLORANDO CON LOS QUE LLORAN

En el proceso de duelo, uno siente dolor de cuerpo, y dolor del alma; Nos duele el pasado, el presente y el futuro, que en estos momentos vemos incierto”.

Dr. Jaime Montoya

Las personas en todo el mundo son diferentes, dependiendo de su cultura, su historia, economía, idioma, etc pero en algo somos muy semejantes: en el dolor que nos produce la muerte de nuestros seres queridos. El afrontamiento de este hecho también nos diferencia, algunos expresan de manera abierta su sufrimiento llorando y quejándose ruidosamente, otros actúan de forma estoica y discreta, y en el extremo del espectro están los que hacen una fiesta con parranda en vivo, alcohol y baile.

Pero cuando todo el bullicio ha pasado, cuando los familiares y amigos se han ido, cuando se llega a casa y lo que espera allí es el silencio, el sobreviviente descubre que el dolor no ha menguado, todo lo contrario aumenta con el paso de los días y esto se vuelve casi insoportable. Es en esta situación donde el doliente busca ayuda y consejo ¿Sabemos qué hacer cuando alguien está llorando por la muerte de un ser querido? ¿Estamos preparados para eso?

Cuando se pierde un ser amado la ignorancia también rodea, a través de la gente que jamás ha tenido la experiencia, quienes hacen comentarios e incluso dan instrucciones de lo que se debe hacer para que el sufrimiento sea menor. Frases como “puedes tener otro hijo”, “cásate de nuevo”, “te acompaño en la pena”, “llorar es pecado”, etc. Contrario a ayudar a la persona que sufre, aumenta su aflicción.

Mi viaje por el mundo del duelo empezó cuando mi hija de 5 años y 10 meses falleció en un absurdo accidente. 4 años después de su muerte fui llamada a trabajar en una funeraria de mi ciudad, era la coordinadora de la unidad de duelo, me encargaba de consolar y a la vez informar a las personas que estaban en ese trance, no para que su dolor se acabara sino para que, por lo menos, se recuperaran más rápidamente y de manera idónea.

Un día, un hombre llevó a su esposa la cual lloraba fuertemente y hablaba como enloquecida. La entró a mi consultorio, le pedí que nos dejara solas y dudando, el esposo salió cerrando la puerta tras de sí. La mujer no paraba de llorar, gritar, quejarse de una forma casi espeluznante, cualquiera se hubiera sentido amedrentado ante tal espectáculo. Esperé que la señora parara aunque fuera un segundo y cuando esto se dio, en un instante le dije “sé lo que siente”, la mujer de inmediato me miró a los ojos y me respondió “no, usted no sabe lo que es la pérdida de un hijo”, saqué la foto de mi hija y se la mostré diciéndole “esta era mi hija Mechitas y también murió al igual que el suyo”, acto seguido le relaté mi experiencia, el proceso por el que seguí, le dije lo que se debía hacer y lo qué no se debía. La mujer escuchó atentamente, dejó de llorar y sintió que alguien la entendía. Contesté sus preguntas y ella depositó en mi todo su dolor, una hora después se levantó de su silla y salió por su propia cuenta. Su esposo, aturdido por el cambio tan drástico, me preguntó “¿doctora, qué droga le ha dado?” y sonriendo le respondí “la escuché”.

Cuando quedé sola, la voz de Dios retumbó en mi mente “por eso murió tu hija, para que comprendas a las personas que pierden a sus seres queridos”. En ese momento, el dolor de mi pérdida fue mucho menor, asumí el propósito que Él tenía sobre mí, agradecí por primera vez el fallecimiento de mi bebé y me sentí honrada de haber tenido esa experiencia.

No he dejado de prepararme y aprender cada día sobre cómo ayudar a las personas que están sumergidas en este mar de dolor y, aunque siento que me falta mucho, aquí les dejo algo que he aprendido:

Cuando esté frente a alguien en duelo dele tres cosas:

  • El oído: Escúchelo, no lo juzgue tampoco lo aconseje, ¡Escúchelo!
  • El hombro: Permita que la persona llore a sus anchas y si quiere llorar también, ¡hágalo!.
  • El abrazo: Que el doliente se sienta apoyado, hágalo con sinceridad.

No dude en acompañar aquella persona que está en duelo, recuerde lo que nos dice la biblia “Mejoresir a la casa del luto que a la casa del banquete…” Eclesiastés 7:2

Narda Liliana Parra Quiñones

Psicóloga

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